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Ignoto

Hace un año

 

Curioseando en el ordenador encuentro frases, textos, cosas varias escritas en el 2008, afortunadamente no todo permanece inalterado. 

 

Lunes, 24 de marzo de 2008

 

Tomar decisiones, más que tomarlas, ejecutarlas, me cuesta horrores. No sé porqué razón a veces, muchas veces, soy tan débil y pusilánime. No sé a qué jodidos acontecimientos, externos o internos, espero para hacer aquello que se supone debo hacer, quizá la cuestión estribe también en que no siempre se me aparece tan claro lo que debo hacer, o que lo que debo hacer no se compadece nada con lo que quiero hacer o que lo que quiero hacer es sólo una pequeña locura de juventud ya pasada o que me da miedo involucrarme en algo para luego descubrir, como quizá pasó con el trabajo y la Administración, que no es lo mío, que no me gusta, que me agobia, que no lo hacía todo lo bien que debiera y me hubiera gustado, o quizá más sencillo que todo lo anterior, que no tengo ni puta idea de qué cojones hacer con mi vida, ahora, a los 41 años y con la sensación de haberla desaprovechado, de no haber hecho casi nada de lo que sentirme realmente orgulloso.

 

Hoy he ido al fisioterapeuta, una horita, después, un desayuno con F., que la verdad es de lejos la persona que más se está ocupando de mí. Sigue teniendo ese aura paternal, como de hermano mayor que se preocupa por tu futuro, por lo que debes hacer y cómo. No me molesta, reconozco que yo también soy una persona que necesita empujones, que me chinchen un poco, no demasiado, pues tampoco me gusta que estén encima de mi, ni para lo bueno ni para lo malo, encima, lo que se dice encima, sólo aguanto una cosa, je,je, será porque así trabajan ellas. No, pero la verdad es que es una postura que me gusta tanto o más que las otras. ¿Hay alguna que no nos guste?

 

Aparte de las malas bromas, pues quería decir que no hay nada que decir, que salvo esos dos sucesos nada más cabe reconocer en mi jornada diaria...Ah! sí, me he comprado la revista Speak up que trae el video de una peli en inglés, el Buen Pastor, The Good Shepherd, de Robert de Niro y al menos he recuperado cierta, no mucha, dinámica con el inglés; la película todavía no la he visto, pero la revista me ha levantado un pelín la moral porque sí entendía los artículos, aunque, claro, están redactados para eso, pero me ha parecido que la publicación está muy bien diseñada. Distingue tres niveles y trae en cada artículo un buen glosario, además de muchas fotografías por lo que se hace de amena lectura. La verdad es que me ha costado casi 20 euritos, pero con peli y todo creo que merece la pena, a ver si la puedo seguir, porque según la recuerdo tenía bastante diálogo.

Ahora que tengo la oportunidad de escribir en el ordenador y de grabar todos los documentos, como que no me salen las ideas, me cuesta más que de ordinario. El caso es no pensar en ello y hacerlo sólo cuando venga la necesidad aunque en lo que a mi concierne me gustaría que no fuera así, porque la necesidad aparece en las malas épocas, muchas veces conectadas, más bien provocadas en todo en parte, con las desventuras sentimentales. Creo que he conocido, en general, a chicas estupendas y, por "h" o por "b", nunca las relaciones, si es que se pueden llamar así las pocas que he tenido, han llegado a buen puerto. No sólo eso, sino que además han sido, con escasas excepciones, periodos de agobio, de insatisfacción personal, en los que pensaba demasiado en lo que ella o yo no éramos ni quizá podíamos llegar a ser; en las que sin quererlo pensaba obsesivamente en si ellas serían o no la mujer de mi vida, aquella con la que compartiría destino. ¡Vaya estupidez!, lo reconozco, pero siempre ha pasado, llegado un momento, más pronto que tarde, empezaba a hacerme esas composiciones que, según me cuentan, nadie, salvo cuando llega el momento, se hace, es decir, que nada más conocer a alguien, incluso después de acostarse con esa persona varias veces, no es momento de pensar en futuros comprometedores. Primero hay que conocerse, puede que lo que me de tanto miedo no sea sólo aquéllo, el futuro comprometedor, sino el hecho de que me conozcan, de dejarme conocer. Sí, algo de eso puede haber porque si yo no estoy satisfecho conmigo mismo, cómo voy a dejar que esa otra persona por la que siento algo en principio bueno vea ese desaguisado. No sé, forma parte de esa oscuridad interior en la que entro a veces, pero de la que salgo tan rápido como puedo, a veces sin poderlo evitar me demoro y me oscurezco por entero, sin apenas tocar nada, sin descubrir-sin querer descubrir- nada, pero que sé es una de mis taras y de las causas de tanta escasa entrega y enamoramiento cuando procede y tanto dolor y sufrimiento cuando ya es tarde. Cuando ellas ya se fueron o cuando, despavorido y cobarde, forcé su adiós yéndome yo antes.

 

Última hora de la noche, cojo de nuevo el ordenador y compruebo que ha llamado y que yo no he cogido, porque no lo he oído, el teléfono. Si la vida no tiene casualidades difícilmente explicables, que alguien me explique esto o lo del día del cumpleaños, en fin, será sólo eso, una casualidad y por lo tanto sin explicación alguna. Pasó sin más.

Mañana la llamaré y preveo que los dos estaremos bastante serenos, yo preguntaré por su salud, ella por mi, no sé si decir vida, por mi futuro, o por cómo estoy, en fin, esas cosas que suelen hacer los que se consideran amigos.

 

Sábado, 29 de marzo de 2008

 

Hay días en que resulta especialmente difícil, días en que ese silencio al que tanto y tan peligrosamente me estoy acostumbrando se torna casi insoportable. Días en que pareciera que todo está pensado ya, que todo se hubiera dicho y oído, que todo se hubiera vivido sin remisión. Días en que uno sólo piensa en la hora veinticuatro. Son esos días de losa y ceniza en los que vuelve con fuerza, sin yo quererlo, su recuerdo. Será una estupidez, pero en esos días sin fin una de las señales de supervivencia es precisamente el dolor, la incomodidad de una herida que no cierra. Es verdad que no es ya el ahogo, la debacle y la rabia de mis últimos días de trabajo, en los que apenas podía pensar en otra cosa que no fuera que ella estaba ahí, en el despacho de al lado; en los que me resultaba insoportable que ya no me percibiera ni me pensara, que ya nada, tan siquiera el recuerdo, la atara a mí. Últimamente, cuando aquéllo es ya el pasado, he hablado dos veces con ella, en ambas ocasiones con normalidad, como si nada sucediera, como si todo estuviera ya superado. No es lo mismo, claro, pero sigue existiendo algo. Un sentimiento que emerge de ahí en donde lo guardo en estos días que se perpetúan hasta casi la nausea, en esos días en que egoístamente vuelvo a pensar en que estuvo dispuesta a quererme y a dejarse a querer, sin condicionantes ni límites, sin otro pensamiento futuro que no fuera el de volver a verme, a estar juntos, mostrando, a través de un cuerpo que se entregaba cada vez, con pasión, sin límite, cómo quería más, mucho más: compartir todo cuanto fuera posible, arriesgar en la construcción de una convivencia. Saber que ahora es justamente lo mismo pero con quien sí está dispuesto a lo mismo, con quien sí se deja querer y es capaz a su vez de querer sigue siendo una de mis torturas, por envidia, pero también por la propia incapacidad demostrada con creces en un pasado del que apenas pueden salvarse ciertos gestos, ni siquiera palabras porque éstas apenas se dijeron. Volver a ella de forma intensa también tiene, incluso en estos días, sus diferencias. No son imágenes sexuales, éstas paradójicamente han ido distanciándose, difuminándose, dificultándose. Es como si esa otra presencia masculina ejerciera de vigilante censor, como si su mera existencia fuera suficiente para impedir esa constante deseo de su cuerpo, no es que no lo desee, es que ahora me cuesta mucho más verlo, sentirlo junto a mi, como me ocurría en esas tantas noches en las que, pese a que ya no estábamos juntos, su existencia, la de él, aunque no pocas veces sospechada, no era conocida. Había pues algo que permanecía incólume, quizá la esperanza de un regreso o de una imagen cuya fuerza se convirtiera en realidad. Obviamente, no es sólo su existencia, sino la solidez de sentimientos que ella demostró cuando yo solté todo lo que tenia que soltar, incluso más. Cuando pude comprobar que su amor existía, que ni mi mejor versión, nadie, nada, podría derribar ese edificio, cuya consistencia, presiento, crece cada día.

 

Hoy me posee la idea de una relación que se fortalece, incluso que se formaliza en convivencia o matrimonio, creo sinceramente que ella está cerca de eso, incluso que lo desea. Siendo demasiado incisivo, pensando más allá de lo que la prudencia aconseja, llego a creer que sus llamadas, me refiero a las últimas, obedecen no sólo al cariño, a la necesidad de saber como le va a alguien, yo, por quien sintió algo, por quien, gracias a Dios, o más bien a su propia bondad esencial, tiene aprecio. Alguna de mis interpretaciones, esas que pueblan frondosamente mi cerebro después de sus llamadas, esas con las que, con poco fruto, trato de averiguar lo que siente, lo que piensa sobre mi, me llevan a la idea de que ésas no son sólo consecuencia de aquello, mucho menos, como quizá me gustaría, de la persistencia de algo más, superior, a la simple estima, sino que son una especie de preparación del camino. De hecho, pienso que si en el futuro se repite alguna de esas llamadas empezaré a temer por el anuncio de esa formalización, empezaré a pensar si no será alguna de esas la que me anuncie lo que hoy por hoy no quiero saber y mucho menos presenciar, su boda. Sí, esto no es coherente, no es acorde con la pureza de sentimientos; con esa máxima que en alguna ocasión formulé: que lo importante es su felicidad, aunque ésta sea, y seguramente tenga que ser, con otra persona, con ésta que ahora vive en su corazón y comparte su alma o con otra. Nunca conmigo. Y es que quizá mis sentimientos no sean tan puros como he podido creer en algún momento de estos ajetreados meses, que a este paso se convertirán en años.

 

No sé si ella es consciente, a veces pienso que no, que no se entera, pero enterarse sí, porque es mucho más inteligente de lo que parece. Creo que con su actitud pretende que la superación, la normalización, como en alguna ocasión lo denominamos, se produzca mucho más rápido, que me resulte más sencillo. Hemos llegado a este punto que podríamos calificar como de no retorno, porque ni aún cuando se produjera eso que ella no va a provocar. Ni aunque se produjera una ruptura sería posible volver atrás, volver a intentarlo. Hay muchos inconvenientes, casi todos tienen en mi su origen, pero aún hay más; cómo podría yo superar no sólo el miedo, que supongo es ya algo congénito, a fallar de nuevo, sino el hecho innegable de que no resistí la comparación con otro; de que ella, y no estoy echando en cara nada, simplemente constatando lo que sucedió, le prefirió a él, incluso cuando él, por las razones que fueran, puso en cuarentena, aunque sólo fuera una semana, su relación. Eso me demostró que lo que ambos protagonizamos no le llegaba a la suela a lo que seguramente, ya en ese entonces, había vivido con esa persona, y la prueba es esto que me atrevo a decir con la fuerza que me dan esos presentimientos que a veces se me revelan casi milagrosamente, con una fuerza especial. La fuerza, supongo, de la verdad que no siempre es necesario conocer de forma directa sino que se llega a saber como si se esparciera como una especie de virus que afecta a las personas proclives a ello, las que mantienen cierta extraña conexión. Es como si todavía mantuviera cierto nexo inmaterial con ella, con sus acciones, su corazón. Es difícil explicarlo, ya sé que parece una de mis películas, una exageración, una negra nebulosa de esas a las que soy tan afecto, pero no, también lo parecía mi sospecha de la existencia de otra persona, y vimos que era cierto. Esto tiene para mi, pese a que estamos lejos, que no nos vemos, que apenas hablamos, los mismos visos de veracidad. Es osado, quizá también pretencioso, pero es mi presentimiento. Es lo que ahora está constantemente en mi mente. En una de mis cartas le dije que me gustaría describir todos y cada uno de los cambios que mis sentimientos, sensaciones, pensamientos han tenido en estos tiempos, y esto es una muestra. Su ausencia ya no puede seguir doliéndome, no quiero que así sea. Duele, quizá más, haberla perdido, echado. La sensación de ser peor, menos adecuado, menos hablador, menos afín a ella que esa otra persona; la sensación de que yo no estoy llamado a compartir su felicidad.

 

Domingo, 30 de marzo de 2008

 

Todas mis ínfulas escritoras se derrumban cuando leo algo de mínima calidad, es entonces cuando me doy cuenta que nunca podré alcanzar determinado nivel. Está lejos de mi escribir bien, de forma bella o literariamente aceptable. No es que "Mi querido Michael" de Amos Oz me esté pareciendo una obra maestra, de hecho me está empezando a cansar, pero reconozco la capacidad de crear una historia, de recrear ambientes, paisajes, incluso caracteres y esto a mi me resulta prácticamente imposible. Mucho mejor, más ameno y divertido, como casi siempre, Eduardo Mendoza, cuya última novela, el asombroso viaje de Pomponio Flato, he comenzado también, para sacudirme un poco el aburrimiento de la judía medio loca que retrata Amos Oz. Tampoco será una obra maestra, no creo siquiera que el autor lo pretenda, yo creo que él se lo pasa bien escribiéndola y pretende que sus lectores también pasen un rato agradable y divertido, sin por ello renunciar a un lenguaje cuidado y lleno de referencias culturales importantes. Esa mezcla de humor surrealista con lenguaje esmerado y a veces hasta brillante creo que es el mayor logro de Eduardo Mendoza, y este lo demuestra en sus por algunos consideradas obras menores, tales como el laberinto de las aceitunas, el misterio de la cripta embrujada, la aventura del tocador de señoras o esta última ya citada, inferior, sin embargo, en mi opinión a las anteriores. Sólo he visto algo parecido, aunque excesivo, rizando demasiado el rizo, en Felipe Benitez Reyes y su mercado de espejismos, que creo no llegué a terminar.

 

Martes, 1 de abril de 2008

 

La última vez que hablamos me preguntó qué libro estaba leyendo, aunque le habían regalado dos recientemente, no le apetecía leerlos y quería que le recomendara alguno. La típica pregunta que podrias responder cien veces y casi con cien títulos (bueno, no tantos) pero en ese momento me quedé un poco bloqueado. No sé, me parecía raro ese súbito interés, la verdad es que lo preguntó con una tensión o un tono especial, así me lo pareció. No me venían muchos títulos a la cabeza, surgió Murakami y, tonto de mi, otra novela de alguien novedoso del que yo no he leido nada y que sin embargo, había oido alguna buena crítica, Mercedes Castro, y la novela se titula Y punto. Tonto de mi, recomendar algo que no he leido.

 

Justo al lado del lugar donde escribo con el ordenador tengo "Tokio Blues", del japonés de moda. Reviso las páginas para comprobar si tengo algo subrayado que merezca la pena, y, de nuevo, la casualidad o el destino, o las hadas mágicas, encuentro algo que parece escrito por mí, bueno, para no ser engreido diré escrito para mi. (...) le hablé de la novia que había dejado. Le conté que era una buena chica, que me gustaba hacer el amor con ella y que todavía la echaba de menos, pero que jamás me había calado hondo.

Tal vez mi corazón esté recubierto por una coraza y sea imposible atravesarla-le dije-. Por eso no puedo querer a nadie"

Pues poco más puedo añadir, es verdad que en el momento en que estuve con ella sentía que no casábamos, sí, que no calaba hondo en mí. Esos silencios que se unían a los míos y que estimulaban las interpretaciones de todo tipo sobre lo que nos unía, más bien lo que no nos unía suficientemente, pese a los buenos momentos, al menos para mi, creo que también para ella, aunque hasta para esto fuimos reservados, casi autistas. La falta de comunicación y la sensación de que estaba junto a una persona demasiado espiritual, pero también demasiado reservada, tanto o más que yo, y que la semejanza en esto hacía difícil, casi imposible, la comunicación. Ese miedo, mío, del que tanto he hablado y, en fin, sobre todo en los últimos tiempos, ese maltrato, como si sólo estuviera ahí para satisfacerme en determinadas noches, sin más y sólo cuando así lo decidía yo; forzando situaciones anómalas, desagradables y feas con el sibilino propósito de que se rompiera eso tan feo, tan superficial y huero que habíamos dejado existiera entre nosotros ¿Cómo fue posible aquello entre dos personas que esperaban tanto del amor?

Más arriba leo que ya estoy curado de mi principal obsesión... joé, pues menos mal. Si no lo estuviera, estaría ya en la fase de amputación de arterias o caída libre desde un octavo piso.

No fue Tokio Blues el libro que le recomendé a ella, sino "Al sur de la frontera, al oeste del Sol". Digamos que lo leí más rápidamente y tengo mejor recuerdo de él, aunque como siempre el momento externo y las circunstancias personales influyen muy mucho en la consideración e impresión que a uno le deja una novela, una canción, una película, incluso una persona.

Me gustó porque habla de cosas que casi todos podemos experimentar o hemos experimentado ya, porque pese al lenguaje sencillo tiene cierto aura de magia y misticismo, porque alude a grandes amores perdidos y casi -no se materializa, quizá como he leído por ahí, porque todo es irreal, una especie de sueño o ilusión vital del protagonista- recobrados. Porque la felicidad actual, que casi nunca será plena, no tiene porque estar reñida con la añoranza de determinados momentos y sobre todo personas. Se puede querer a una persona pero necesitar de forma casi animal, incontrolable e insuperable, a alguien que dejó una huella indeleble. Alguien que nunca más volverá. Esta novela ha sido la causa de que me haya decidio a comprar y leer otra del mismo autor con también un extraño título: "Sputnik mi amor". Del Sur, por supuesto, tengo muchos pasajes subrayados, recuerdo que le leí casi por entero en aquel cenagoso último fin de semana que pasé en Madrid, creo que es lo mejor que hice en aquellos dos días.

 - En este mundo hay cosas que son recuperables y otras que no. Y el paso del tiempo es algo definitivo. Una vez has llegado hasta aquí, ya no puedes retroceder. ¿No crees?.

- Era incapaz de sentirme solidario con la gente que me rodeaba (...) Empecé a recordar con cariño creciente los días que había pasado con Izumi. Pero no podía regresar. Aquel mundo ya lo había dejado atrás (...) Me encerré en mi propio mundo. Me acostumbré a comer solo, a pasear solo, a ir a la piscina a los conciertos y al cine solo. No sentía por ello ni soledad ni amargura(...) Es imposible que el reloj avance en dirección contraria. Empecé a hablar a solas y a beber solo por las noches. También fue en esta época cuando me convencí de que jamás me casaría.

 

En fin, tengo bastante subrayado, no es tanto la forma o la idea, sino que en ocasiones me identifico mucho con lo que le pasa al personaje, y no es por ser presuntuoso ni nada parecido pero algunos de esos pasajes me recordaban a cosas que había escrito, al menos pensado y sentido, y que siguen formando parte de mi forma de ser.

 

Lunes, 7 de abril de 2008

 

Está la tarde tormentosa y lluviosa, ahora, a las 20,30 más o menos, se ha puesto a llover bien. Me da que ni cambio climático ni nada, es como si la naturaleza, a veces, se riera de los estúpidos humanos que pretenden doblegarla, incluso dañarla. Queréis agua, pues ahora vais a pasar unos mesecitos raros, de calor insospechado y, de repente, os van a caer unos cuantos litritos de golpe, para que no os olvidéis de mi.

Sigo sin tomar la jodida decisión de hacer algo definitivo de una vez. La crisis de los cuarenta existe, vaya si existe. Si no me pongo a estudiar, y no hay resorte interno suficiente que me lleve a ello, creo que la mejor opción sería irme a aprender inglés. Sí, soy consciente de que en algún momento no habrá resortes internos que valgan, será el más primariamente externo, la necesidad de ganar un dinero para sobrevivir, el que me coloque allí donde ahora me resisto a estar. Casi me repugna, me da la sensación de que sería una tremenda equivocación, volver a la misma rutina que ya viví hace diez años, y para más inri sin ningún éxito garantizado, aunque claro ¿dónde está el éxito asegurado en la vida?. Este sábado, sin ir más lejos, me encontré con una compañera de Universidad, a la que prácticamente había perdido la pista, la pista no, pero sí el contacto. De sopetón me soltó que estaba en trámites de separación, ¡y con tres niños, el mayor de seis años!... Joé, vaya papeleta, y es que todos, me parece a mi, sufrimos nuestras pequeñas o grandes desgracias. No hay garantías, ni avales ni fórmulas mágicas. Arriesgar, creer, trabajar, amar, equivocarse, caer, levantarse. Volverlo a intentar si quedan fuerzas. Eso para todos o casi todos, incluso los que como yo nacimos y crecimos en un entorno privilegiado en el que nada, material al menos, y no es poco, nos faltó.

Esta nadería, que va más rápida de lo normal, ya han pasado tres meses desde que dejé de trabajar, sólo tiene un aspecto bueno. Algo más se lee, y te encuentras, aunque con mi connatural desorden y desconcierto, con lecturas muy interesantes, además de Thoreau, del que ya tengo escrito un parrafito: nada más que la copia de su reseña biográfica y algunos extractos de "escribir", pues ya tengo entre manos "Sputnik mi amor", y como me sucedió con Al Sur... pues en un par de días estoy por casi la mitad, la verdad es que sigo sin poder decir que sea, o me parezca, un escritor genial, pero tiene la virtud de enganchar, de contar cosas que suceden en Japón pero que son universales y de hacerlo de forma sencilla y adictiva. El resultado, pues el que comento, que apenas te das cuenta y estás enfrascado en la historia. Eso es una tremenda, supongo que deseada por la mayoría, virtud en un escritor... También me he asomado unas páginas a un libro de B. Russell, quien cumple a la perfección la máxima Orteguiana de que la claridad es la cortesía del filósofo. Se titula "La conquista de la felicidad" y hasta el momento es bastante interesante. De hecho el tío en una de las primeras páginas ya me ha dado el primer pescozón al decir:

El interés por uno mismo no conduce a ninguna actividad de tipo progresivo. Puede impulsar a escribir un diario, a acudir a un psicoanalista, o tal vez a hacerse monje. Pero el monje no será feliz hasta que la rutina del monasterio le haga olvidar su propia alma. La felicidad que él atribuye a la religión podría haberla conseguido haciéndose barrendero, siempre que se viera obligado a serlo para toda la vida. La disciplina externa es el único camino hacia la felicidad para aquellos desdichados cuya absorción en sí mismos es tan profunda que no se puede curar de otro modo.

Hay varias clases de absorción en uno mismo. Tres de las más comunes son la del pecador, la del narcisista y la del megalómano. Pues me da que tiene razón el inglés de mal aliento (en algún sitio he leído que lo tenía pestilente) Que deje de pensar tanto en mi mismo coño, que no soy tan importante, ni tan desgraciado, ni he vivido cosas tan raras o paradójicas. No sé a cuál de esos tres tipos de individuos ensimismados en su propio ser y circunstancia perteneceré yo, quizá, lo que ya sería la repanocha, tenga algo de cada uno, pero la solución está clara, volcarse en la acción. Salir de uno mismo, ir ya no hacia alguien, eso parece que me resulta complicado en exceso, pero sí al menos hacia algo, alguna actividad que me tenga ocupado y a ser posible de forma productiva, al menos monetariamente hablando, porque claro dedicarme a la vida contemplativa o enrolarme en las filas de alguna orden monacal, pues creo que de momento no va a ser la mejor solución. Como él mismo dice, la razón no representa ningún obstáculo a la felicidad y una parte indispensable de ésta es carecer de alguna de las cosas que se desean.

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