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Ignoto

En Madrid se acaba

En Madrid se acaba,  Madrid es la salida fácil a una claustrofóbica cotidianeidad. Allí acude a errar. Se traslada a la gran urbe, regresando a su  animalidad instintiva. Programa su viaje, lo piensa, lo rumia, sabe dónde ir. No es la primera vez, aunque desearía que fuera la última. No calcula ya cuánto gastará, sabe que es mucho, enfangarse ebrio y oscuro es caro. Quiere olvidarse de todo, de haber perdido su trabajo, de ella, de su ausencia, de su entrega a otro, de su imposible retorno. Sabe que es imposible encontrar el amor así, buscándolo, pero también que el sucedáneo, mientras lo toma, le permite olvidarse de todo cuanto le falta, de su incapacidad para soportar ser amado.

 

El tren no va tan rápido, mejor, así pueden verse las montañas, los árboles. La amplitud de aquello que hay más allá, tras las cumbres heladas…. Elvis suena en su I-pod.

 

S. tiene cuarenta años, mientras viaja repasa los mensajes grabados en su móvil, todos son  para y de la misma persona, en ese mismo instante recibe respuesta a los del día anterior, en ellos le pedía no hablar, dejar pasar un tiempo. Sabe que es lo que procede pero sigue doliéndole. Ella dice que sí, que está de acuerdo y que espera que S. la llame cuando lo considere conveniente… Para él, que vio como ella antes, no hace tanto,  estaba pendiente siempre de escribir, de comunicarse, esa seguridad, ese aplomo, esa fría lejanía le resultan nuevas, desconocidas en ella, como lo es para él sentir dolor por su causa. Es como si nunca nada hubiera existido entre ellos. Apaga el móvil. No quiere caer en la tentación de escribir más, de volver a enviar otro mensaje, sabe que debe asesinar ese recuerdo insaciable… La música y el paisaje no le distraen de sus pensamientos, está en una encrucijada, ahora se abre una nueva y definitiva etapa pero el camino como siempre no está claro. Al adiós de B., se une la pérdida de su trabajo, de aquél en el que ha permanecido los últimos diez años de su vida, aquel que tanto había perseguido, al que había dedicado tantas horas de estudio y soledad y que tanto le defraudó después. Como multitud de universitarios españoles, al licenciarse aspiró a un puesto fijo en la Administración, podría decir, así lo ha hecho en alguna ocasión, que el bien común, el interés general, la búsqueda de la justicia, le impulsaron a tratar de aprobar una oposición, la realidad es muy diferente, en su fuero interno sabe que todo eso es un bonito discurso, pero que la primera y fundamental motivación era encontrar un puesto de trabajo estable, y tan estable, una plaza en la Administración, en España, es para toda la vida. Al terminar Derecho,  picó alto, judicaturas, se estrelló. Nunca le apasionó su carrera, y estudiar diez o doce horas diarias para después tratar de aprobar una oposición en la que casi todos los competidores son “pitagorines”, y en la que todos o casi todos parecen investidos de monacal vocación, pues resultaba algo así como una misión imposible. Tras una experimental  y afortunadamente corta etapa como funcionario de instituciones penitenciarias, un vigilante, para entendernos, acabó preparando algo aparentemente más sencillo y menos vocacional que lo de ser juez, técnico superior de  la Administración… Aprobó algún examen en varias convocatorias, pero no todos los que conforman la oposición, entró como interino y, de esa guisa, pese a que la Ley, esa que deben cumplir casi todos menos la propia Administración, señalaba que el tiempo máximo sería de un año, permaneció muchos más… Entró siendo un pardillo, de 30 años, pero un pardillo laboralmente hablando, salió con la asquerosa sensación de haber pasado demasiado tiempo en ese microcosmos, a veces asfixiante, que es la Administración Pública.

 

Recuerda, las sabe de memoria, cómo algunos de sus temas de oposición, las cartas, los rollazos, que la mandó a ella cuando ya no estaba, cuando ya era demasiado tarde, cuando descubrió, rompiéndose por dentro, que ella ya estaba con otro,  al que, la comparación, aunque la persona sea desconocida, y así desea que siga siéndolo por un tiempo, le resulta favorable; otro al que presiente mejor, no tanto porque lo sea objetivamente  hablando, pues resulta difícil efectuar jerarquizaciones entre las personas, sino porque internamente sabe que ella lo prefiere, que está mucho mejor con él de lo que jamás estuvo junto a S.

 

El pasado con ella vive con  él su presente, no puede dejar de pensar en todo aquello que ocurrió, en cómo la conoció, en cómo, inocentemente, más bien cobardemente, a distancia, a través de un mensaje a su correo electrónico, trabó el primer contacto, de cómo inexplicablemente sus comunicaciones se efectuaron en demasiadas ocasiones a través de mensajes escritos al móvil. Ambos se reconocían como tímidos e introvertidos, decían que se expresaban mejor por escrito y así lo hicieron de forma absurda y repetitiva, sin romper esa distante y artificial barrera electrónica…

 

Tras Elvis, Vivaldi, las cuatro estaciones,  vaya cambio, pero así le apetece, pese a ser tan diferentes se meten dentro, consiguen elevarlo, puede reconocer en esas melodías la belleza que tanto bien le hace, que tan plácida sensación de  abandono de las miserias mundanas le provocan…

 

El pasado se fue, por eso es tal, ya no vuelve. ¿Si volviera a vivir las mismas situaciones hubiera sido el mismo, se hubiera comportado de la misma forma con ella? Ahora, sentado, añorándola, lamentándose, está seguro de que no, pero eso es algo que nunca ya más podrá comprobar… Es un imposible, aunque ella dejara de salir con quien ahora lo hace, jamás volvería a intentarlo, todo se rompió, él no  sólo no hizo nada por mantenerse a su lado, sino que la apartó,  forzó la ruptura.

   

Una pareja de quinceañeros sube al tren en Ávila. Interrumpen sus pensamientos, pese a los auriculares en sus orejas, puede oírlos. Risas, juegos casi infantiles; te toco a ti, tu me tocas a mí, las manitas de antaño. Risas, bullicio. No desea que se pongan muy cerca de él, el ruido ajeno cada vez le resulta menos soportable. Su mente conecta la situación con tantas otras en las que los inocentes, a veces no tanto, ruidos de otros han perturbado su tranquilidad, sus actividades, incluso las lúdicas.

Del silencio en el cine y otros usos sociales tristemente derogados sería un buen título para un artículo periodístico, porqué no para un ensayo. No sabe si es falta de educación, de madurez, de respeto, puede que  de pudor, lo que mueve a la gente de hoy a comportarse como si los otros, por muy cerca que estén, no existieran. Odia a quienes impunemente hablan sin medida en el cine, donde siempre hubo un silencio sepulcral. Ahora, por experiencia propia, sabe que no es así, jóvenes y no tan jóvenes se comportan como si estuvieran viendo una película en el salón de su casa, impermeables a quienes les rodean, a quienes pueden estar en la butaca  de al lado y a quienes obviamente nada les importan sus pensamientos, cuitas o romances…. No son sólo las palomitas y demás inventos originarios del mundo anglosajón, sino la sensación de que a nadie le interesa lo más mínimo respetar a los demás. Los otros, él al menos, esperan que sea una norma de comportamiento general, una norma comúnmente admitida y asumida, que al cine se va a  ver una película en silencio, nadie tiene porqué soportar ruidos extraños, conversaciones distintas a las que emite la propia cinta, comentarios jocosos, críticos o absolutamente desconectados de lo que supuestamente todos los que están en una sala han ido a ver y a escuchar, a disfrutar. Desgraciadamente no es así. Lo peor es que nadie pone coto a los comportamientos maleducados, decir algo es arriesgarse a tener un percance desagradable y destructor de una tarde-noche que se planeó placentera viendo tranquilamente la película elegida. Pero esta falta de respeto, de pudor, no campa a sus anchas exclusivamente en las salas de cine, en absoluto. Es algo más, es la implantación de una nueva forma de comportarse dentro del grupo social, en el que las referencias, los modelos, ya no son tan claros, tan identificables. Todo es heterogéneo. Donde antes había moral, o normas básicas de comportamiento, ahora no hay nada, como mucho se dice que no, es que no existe sólo una  moral o unas reglas, hay muchas, tantas casi como individuos, y cada uno, se ve, se nota, actúa según las propias, las que a él le valen, sean o no coincidentes con las de los demás.

 

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