Blogia
Ignoto

Igualdad

No se porqué me da por meterme en estos berenjenales. A fin de cuentas, qué más da lo que yo piense al respecto. Sin embargo, llega un momento en que pareciera necesario decir algo, alzar un poco, sólo un poco, sin necesidad de gritar, la voz y decir, sin ánimo de ofender, lo que muchos (bueno, vale, algunos) pensamos, lo que hablamos cuando estamos entre amigos y gente de confianza pero que lamentablemente no podemos expresar en público. 

Yo no sé si vivimos en mundos distintos, no es una ironía. Admito esa posibilidad y admito también que en otros ámbitos sociales, culturales, geográficos etcétera, la realidad pueda ser distinta, Así que, para decir lo que digo me baso en lo que he vivido, y en todo aquello que ya sea por experiencia directa, ya por referencias haya podido aprender en el curso de mi existencia. 
He trabajado muchos años en la Administración Publica, jamás vi discriminación alguna por razón de sexo. En el día a día de la actividad laboral yo nunca aprecié una situación de discriminación flagrante. A la mayoría de gente que traté el hecho de que un profesional fuera hombre o mujer le traía al pairo, se hablaba de buenos y malos profesionales, de que éste o aquélla lo hacían bien o no tan bien. El sexo (las personas, creo, no tenemos género) no era una característica relevante. Tampoco veo tal discriminación o desigualdad en mi actual puesto de trabajo, que nada tiene que ver con la Administración Pública española. Lo que sí vi, y de forma escandalosa, fue discriminación en función del "color de la camiseta" que unos u otros llevaran, es decir, que pertenecieran o se los considerara cercanos a un partido político u otro. No exagero si digo que escuché hablar en términos mafiosos: ¿"Pero es o no es de los nuestros"? Esa fue la verdadera discriminación que yo ví y lo era tanto a derecha como a izquierda, porque, digámoslo ya, de una vez y para siempre, la valía moral, la honestidad, la decencia, no es patrimonio de unos u otros. Basta con abrir un poco los ojos para darse cuenta de que no se encarnan esos valores por el hecho de poseer un carnet u otro, por el hecho de votar a una rosa o a una gaviota, no digamos ya la hoz y el martillo o el símbolo morado del nuevo populismo. Esa es la discriminación y la putrefacción que yo ví, la generada por la maquinaria infecta de los partidos políticos y sindicatos.
Creo que va siendo hora de decir que no somos ni hombres ni mujeres, ni blancos ni negros, ni altos ni bajos, ni guapos ni feos, que eso no es lo relevante; no lo es al menos en nuestra consideración como miembros de un grupo social que inevitablemente ha de cohabitar y relacionarse. Somos seres humanos y  la única defensa a ultranza, la única batalla que merece la pena, es la de tratar de conseguir la igualdad de oportunidades, que todos tengan la posibilidad de desarrollarse, educarse, prosperar y, aunque suene cándido, tratar de ser felices. Pero la igualdad es de oportunidades, no de resultados. Mujeres y hombres somos iguales ante la ley, en obligaciones y derechos. No cabe, claro que no, discriminación alguna basada en las diferencias biológicas entre unos y otros; y éstas últimas, pues sí, por supuesto, existen y, además, pueden explicar ciertos comportamientos.
Por tanto, es muy simple: cualquiera que sobrepase los límites de lo legalmente admisible en una sociedad democrática e igualitaria ha de ser castigado y si se aprovecha de una posición dominante, si abusa de su superioridad, pues apliquense las agravantes sancionatorias que correspondan (todo eso está ya estudiado y en vigor desde hace muchos años). En el Derecho Penal se habla de las circunstancias modificativas de la responsabilidad criminal: las agravantes y atenuantes. Las primeras, si concurren en la realización del delito, provocan un aumento de la pena. En el Derecho Penal Español, entre otras, se reconocen como tales: "Ejecutar el hecho con abuso de superioridad"; "Cometer el delito por motivos racistas (...) u otra clase de discrimination referente a: (...) sexo u orientación o identidad sexual, razones de género, la enfermedad que padezca o su discapacidad" 
Toda este nuevo credo según el cual es bueno, hasta obligatorio, ser feminista, mientras que los machistas deberían ser expulsados del grupo social, incluso encarcelados, no es, para mí, aceptable. Yo no veo una connotación positiva en ninguno de los dos términos. 
Ni feministas, ni machistas. Toda esa ideología lo que predica es la desigualdad, supuestamente para equilibrar la balanza, para erradicar del mapa esa supuesta sociedad patriarcal. La balanza es la ley, una ley que castigue implacablemente al que cometa violencias sobre cualquier otro ser humano sin causa justificativa para ello. Da igual si el sujeto pasivo de la violencia es blanco o negro, alto o bajo, hombre o mujer. Da igual. Si no da igual, no hay igualdad que valga. 

0 comentarios